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Por qué matamos palabras y adoptamos otras

El mismísimo Cervantes fue uno de los primeros en utilizarla; de hecho la incluye en el capítulo 19 de su Quijote. Tras encararse el hidalgo con unos curas desarmados, Sancho aprovecha la confusión para sisarles la comida que guardan, no en un canasto, ni en una tinaja –escribe Cervantes-, sino en “una fiambrera”. Desde el siglo XVII, la palabra sobrevivió para dar nombre a esa herramienta portentosa capaz de conservar las sobras y alimentar a generaciones de universitarios, y tal a día de hoy podría presumir de una vida larga y sin sobresaltos, si no fuera por un señor estadounidense llamado Earl Tupper, que en 1947 decidió patentar sus propios envases herméticos y los llamó tupperware.Seguir leyendo.
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